De la indecisión y otras dudas.

Desde siempre he pensado que Dios me tuvo que maldecir al otorgarme el don de la inquietud. Mi vida entera se ha visto marcada por la sed. La sed de conocimientos, la sed ser mejor, la de llegar más lejos, la de superar otra meta y, a estas alturas de la película, creo que seguiré pasando sed hasta que encuentre mi última frontera, la que no me permita avanzar más, esa que todavía no vislumbro ni soy capaz de situar.

Hace ya tres meses que me embarqué en la aventura de escribir este blog y, la verdad, he de confesar, que no sabía muy bien lo que hacía. Me había quedado sin trabajo y acababa de dar carpetazo a parte de mis ilusiones por una mala elección (siempre se ha de pensar en grande...).

Como decía, empecé con el blog, que forma parte de un proyecto mucho más grande y ambicioso, sin saber exactamente que quería contar pero sí sabía que se lo quería contar a todas esas Maravillosas Criaturas que en el mundo somos.

Y, no es que ahora haya visto la luz y, de repente, lo tenga todo claro, ni mucho menos. Pero voy dando pasitos y, cuando creo que no puedo más, cuando pienso en abandonarlo todo y tirar la toalla, aparecen pequeñas cosas que me levantan el ánimo y me dan un empujoncito hacia adelante.

En este caso, el empujoncito me lo ha dado la preciosidad que podéis ver dibujada a la derecha o tumbada en la cabecera (Maravilla la llamo yo), con su cara redondita, su culillo prominente y su barriguilla (a lo mejor no la notáis porque el negro adelgaza, pero la tiene...)

Cuando me mira con esos ojazos y me pregunta si voy a abandonar ahora que la he encontrado, siento que no puedo decirle que no, que no quiero decirle que no, que voy a continuar y que voy a llegar a mi meta y, vosotras, amigas invisibles del otro lado de la pantalla, estaréis ahí para verlo.